Cada día, Colombia se despierta con la noticia de un nuevo asesinato o una nueva masacre.
Históricamente, las causas de tales acontecimientos se centra en hechos políticos, sociales, de violencia bipartidista, del problema histórico del despojo de las tierras concentrada en pocas manos sumada a la falta de una reforma agraria para acabar con los grandes latifundios ociosos y la intolerancia sectorista entre partidos, todo ello aunado a la concentración de los medios de producción económicos centrados en las élites de poder; que permiten una educación de baja calidad para los jóvenes estudiantes, que no permite la competitividad y desarrollo del país.
Elementos generadores de violencia y guerra, que termina convirtiéndose en grandes círculos viciosos repetidos en el tiempo, con actores diferentes y bajo diferentes nombres; pero siempre en los mismos escenarios, afectando a las nuevas generaciones de “niños combatientes”, jóvenes campesinos que viven la cotidianidad de la misma, bajo directores de una misma película; comandantes directores de una macabra película de combate de todos los ejércitos que pelean ésta guerra, desde la noche de los tiempos de la historia Colombiana.
Gobiernos sin sentido político, simplemente empresarios de la política que pagan por llegar, y enriquecerse a costas de un pueblo ciego que los lleva al poder.
Hasta cuándo la sociedad se despojará de esa venda misteriosa que no le permite ver y palpar esa realidad, en toda su cruel dimensión de masacres, torturas, violaciones, asesinatos y pérdida de todo derecho humano?
A pesar de los nuevos modelos políticos, económicos y sociológicos, no se avanza, seguimos con caudillismos políticos como en épocas de antaño.
Con dolor, vemos ejércitos de niños combatientes, armados para guerras de luchas fraticidas, dónde al frente de batalla llevan a jóvenes que apenas han dejado su niñez, convencidos de una esperanza y una ilusión de servicio a la Madre Patria, que a futuro los alimentará y acunará.
Que dolor, tanto espejismo para dejar sus vidas inocentes en campos de batalla que no les pertenece, en luchas contra hermanos de una misma nación, de una misma patria.
Luchas sin razón de ser, mientras tanto, las élites del poder económico y político se abrazan, se reparten el botín: oro, empresas, ecosistemas, ríos y paisajes; arrasando todo lo que tocan, despojando de tierras, de cultivos, a esos trabajadores campesinos honestos que no sólo creen en su trabajo, sino en esos ilusionistas de turno que con besos y abrazos, arrancan su voluntad, para con su voto seguir reinando en el paraíso de unos pocos.
Joselito Carreño Quiñones.
Obispo de Inírida, Guainía.