El 10 de septiembre día mundial para la prevención del suicidio, se fomentan compromisos y medidas prácticas en todo el mundo para prevenir los suicidios, cada día hay un promedio de casi 3000 mil personas, que ponen fin a su vida.

El día a día, trae situaciones difíciles de sortear, sin embargo ello no implica querer quitarse la vida.

Investigaciones sociales indican que en los últimos 45 años, las tasas de suicidio han aumentado en 60% a nivel mundial.

Ésta es una de las primeras causas de defunción entre personas de 15 a 44 años en algunos países y, la segunda causa es el grupo de 10 a 24 años, cifras que no incluyen tentativa de suicidio que son hasta 20 veces más frecuentes que los casos consumados.

Desde siempre las mayores tasas de suicidio se han registrado entre varones de edad avanzada, pero hoy día, infortunadamente las tasas de suicidio entre los jóvenes ha aumentado hasta el punto que hoy, se está en etapa de mayor riesgo tanto en el mundo desarrollado como en el de proceso de desarrollo.

Causas como la depresión, trastornos mentales, alcoholismo, consumo de psicoactivos, problemas económicos y malas notas en el colegio; son importante factor de riesgo; ésta es una conducta impulsiva en la que intervienen factores psicológicos, sociales, económicos, biológicos, culturales y ambientales.

Ante esta inminente realidad, las acciones en prevención, son necesidad y éste hecho no se ha abordado de forma adecuada debido a la falta de sensibilización sobre la importancia de éste problema y, al tabú que lo rodea e impide que se hable abiertamente de ello; a la fecha, pocos países han incluido la prevención del suicidio dentro de sus prioridades.

Es claro que la prevención del suicidio requiere intervención de sectores distintos del de salud, exige participación del sector educación, del mundo laboral, de la policía, la justicia, el derecho, la política, los medios de comunicación y la iglesia.

Hoy, frente a éste tema, Monseñor Joselito Carreño Quiñones, como líder espiritual de ésta comunidad, expresa que: “la iglesia siempre ha proclamado y defendido el hecho de que no somos propietarios de la vida sino que ella es un regalo de Dios, por eso el único  que tiene de darla y retornarla a él es Dios, ningún ser humano debe ponerle fin al precioso don de la vida; cada ser humano tiene la primera responsabilidad de administrar la más grande empresa que Dios ha puesto en sus manos: su propia vida. Dios es por siempre su soberano dueño.

Nosotros estamos apremiados a recibirla con gratitud y a conservarla con amor, a administrarla con sabiduría y nunca creernos dueños de lo que Dios nos ha confiado para que seamos fieles y honestos administradores y nunca propietarios”.

El suicidio es un acto doloroso, contrario al amor de la familia y la sociedad y, muchas veces la familia puede quedar desamparada con la muerte del padre o la madre, la práctica del suicidio se vuelve más grave aún si es realizado frente a los jóvenes, para justificar que la vida no tiene sentido y que por eso se puede eliminar.

Ya decía el Papá Juan Pablo II ” la vida humana por más debilitada que sea, es un bello don de Dios y de ninguna forma puede ser eliminada por la persona”.

Sin embargo, también sabemos que en un momento grave de depresión, angustia prolongada y, de desesperación, entre otras, pueden afectar sicológicamente a las personas de manera tan grave, que ésta pueda buscar refugio en la muerte, incluso sin ella misma desearla.

Lo importante entonces, es no desesperarse con la angustia sino buscar el consuelo y refugio en sus más allegados y amados y/o en la iglesia, pues desde la misión cristiana Católica un principio fundamental es: con entrañas de misericordia consolar, animar, amparar y auxiliar a los más vulnerables y ser instrumentos de Jesús para aquellos que escuchan su voz que les dice: “vengan a mí ustedes todos que están cansados y agobiados que yo los aliviaré”.

María Esperanza Castro Torres
Oficina de pastoral de las comunicaciones

Actualidad

Deja una respuesta